“La esperanza no es esperar,
es actuar con la convicción de los partos”
David Gómez Rodríguez
La lectura de esta prometedora novela nos lleva al campo de la reflexión y al principio marxista de la “transformación”. Para la Historia Insurgente – cuyos fundamentos epistemológicos, teóricos y metodológicos se extienden desde el siglo XIX con Karl Marx, pasando por corrientes historiográficas producto de la revolución cultural global del 68, hasta nuestros días- no es posible hacer historia crítica si se fracciona en miradas especializadas, más bien se deben establecer todos los vínculos posibles de un acontecimiento, coyuntura o proceso histórico para poder interpretarlo, siendo importantes las fuentes que permitan develar procesos, y entre ellas la literatura juega un papel fundamental. De tal manera que, para estudiar y adentrarnos en la historia de la Revolución Bolivariana y, de manera concreta, en la guerra norteamericana contra nuestro país en lo que va de siglo, es de obligatoria consulta la novela a la que hoy dedicamos nuestra atención, para lo cual nos presenta el reto de reflexionar y descifrar las realidades ocultas de las metáforas plasmadas en la obra.
El naufragio del alba o, más bien, Del Naufragio intuyo el alba, es esencialmente una novela histórica, pues mediante diversos recursos literarios se nos narra la historia reciente de una Nación, de una Patria -o Matria, como expresaría el insigne historiador Arístides Medina Rubio-; una historia que no nos es desconocida, sino de la que somos testigos y protagonistas.
Habrá de representarse con el nombre de Alba, una mujer vejada, apuñalada, sufriente, agonizante, pero encinta, cuyo fruto de sus entrañas es la Esperanza. Me remonto a la mitología griega y evoco aquella narración de las numerosas calamidades que se escaparon de la caja de Pandora, sin embargo, quedó dentro de ella la Esperanza. Nos encontramos, de igual forma, en la trama de la novela significativos personajes, conocidos perfectamente por todos. Por ejemplo, el utópico pero decidido Capitán que representa al arquetipo del revolucionario, que puede hacer referencia desde mi perspectiva, al admirado, incluso idolatrado líder, Hugo Chávez. En este último se evidencia el amor por Alba. Encontramos, además, una narración en primera persona, omnisciente, pero con la particularidad de que se encarna en un hombre: el vigilante del manicomio y profesor, circunstancia normal para cualquier venezolano que, ante la crisis económica, tienen empleos disímiles, pero con la fe puesta en la educación como medio efectivo de transformación de la sociedad. De igual manera, encontramos a Will, a mi parecer, el alter-ego del escritor. Con estos dos personajes y siguiendo la trama de la novela vemos que, además de ser histórica y política, la novela tiene una gran carga autobiográfica.
Conociendo ya estos detalles referente sobre los personajes, es preciso analizar lo que, a mi criterio, el joven escritor venezolano David Gómez Rodríguez nos desea expresar. En primer lugar, nos representa la identidad venezolana al pasearnos por buena parte de la geografía nacional –de un barrio de Caracas hasta Barquisimeto, desde el Waraira Repano hasta Guayana, de las frías alturas del Páramo de Cénde hasta el insoportable calor de la Costa Central-; el llevarnos, mágicamente, a Sorte y mostrarnos los símbolos de la Reina María Lionza; al usar el coloquialismo en diversas ocasiones y dibujarnos el tricolor nacional. No hay Patria sin identidad. Nuestra riqueza natural y cultural nos han de ayudar a entendernos, a reconocernos como nación y, con ello, a interpretar nuestra historia. No somos producto de la nada y tampoco habremos de caminar y avanzar hacia una sociedad más justa si priva sobre nosotros la amnesia colectiva. En tal sentido, el ataque de los cuervos norteños tiene como fundamento la embestida cultural siendo, por tanto, un nuevo colonialismo cuyo objetivo es el aniquilamiento del “yo nacional”. “Estamos en guerra”, expresa en diversas ocasiones el utópico Capitán de la novela. David Gómez Rodríguez ha contribuido a neutralizar un poco los efectos de esta guerra al recurrir al inestimable recurso de la memoria histórica, cultural y geográfica de nuestro país.
En segundo término, la novela se erige como un potente testimonio de la compleja realidad venezolana, explorando la intrincada relación entre la construcción de la patria, la lucha por la justicia social y la búsqueda de la esperanza. La obra nos recuerda que la patria no es un concepto estático ni un regalo divino, sino el resultado de una constante lucha por la libertad y la justicia social. Su construcción es un proceso dinámico, un campo de batalla donde se disputan los ideales y se define el destino de un pueblo. Enfatiza la necesidad de una constante lucha por la soberanía, por la autodeterminación, y nos muestra cómo el Ser venezolano se forja en la resistencia frente a las estructuras de poder que intentan someterla.
En relación a su esencia revolucionaria, la novela no se limita a una exaltación acrítica, adulona o panfletaria, del proyecto socialista del siglo XXI. La lucha contra la corrupción, la búsqueda de una verdadera transformación social y el compromiso con la transparencia son aspectos cruciales destacados en la trama. Sean las siguientes frases textuales las que demuestran, entre otras, el espíritu crítico plasmado en esta maravillosa obra literaria: “Hace falta la autocrítica… si no pasa esa prueba, todo será pura retórica, corrupción y mierda”; “Más hacen quienes no escuchan a este tipo de fauna ministerial… una selva organizada por pisos y cargos, donde el socialismo vive de papel en papel membretado”.
La esperanza, en este contexto, no es un estado pasivo de espera, sino una fuerza activa que se materializa en la acción. Es la convicción de que, a pesar de las dificultades y las adversidades, la construcción de una nueva sociedad es posible. “Sin historia no hay esperanza, solo inercia que nos arrastra al origen, todo horizonte es relativo a su punto de partida”; “La muerte muere, cuando triunfa la historia”. La creación literaria de Gómez Rodríguez se erige como un potente alegato por la transformación social, donde la historia insurgente, la educación y la lucha emergen como herramientas fundamentales para la construcción de una sociedad más justa y equitativa. El relato, más allá de ser una narración que describe un barco naufragando y un manicomio, nos presenta un llamado a la revalorización del trabajo y la tierra, y una profunda reflexión sobre el papel de la educación como motor de cambio, resonando con las ideas de pensadores como Paulo Freire. En este sentido, a través de la figura de Esperanza Tamayo Romero, una niña campesina, hija de Alba, se reflexiona sobre la importancia de la siembra, no solo como un acto productivo, sino como un símbolo de resistencia y un retorno a la esencia campesina y ancestral del pueblo. Este retorno a la tierra se presenta como una vía para superar el bloqueo económico que oprime a los sectores populares, reconociendo a los trabajadores como el verdadero sostén de la vida.
En la novela, la educación se presenta como una herramienta que empodera a los personajes, especialmente a aquellos que han sido históricamente marginados. Freire enfatiza la importancia de la educación crítica, que cuestiona las estructuras de poder y promueve la participación activa de los individuos en la construcción de su futuro. La novela, a su vez, presenta debates y reflexiones sobre la situación social, económica y política del país, fomentando un pensamiento crítico en los personajes y en los lectores. La educación, en este sentido, se convierte en un camino hacia la autonomía y la emancipación. En este contexto, expresa el narrador de la novela –vigilante de manicomio y profesor-: “Si un solo estudiante llegara a ser como Francisco de Miranda o Teresa Carreño, yo sería una pelusa que se aferró a su alma. Esa ilusión no me deja renunciar”.
En este mismo contexto, y retomando a Esperanza Tamayo Romero, no es casual la simbología de su nombre. “Esperanza” evoca la posibilidad de un futuro mejor, mientras que los apellidos “Tamayo” y “Romero” hacen referencia a figuras emblemáticas de la lucha por la libertad y la justicia social en Venezuela y de Nuestra América. El apellido Tamayo, no cabe duda, está relacionado con el tocuyano más universal, José Pio Tamayo, un luchador por la libertad que se despojó de las riquezas por defender sus ideales hasta la última consecuencia: la muerte. El apellido Romero, por su parte, podría hacer referencia a Jesús Romero Anselmi – periodista y luchador social comprometido con la verdad-, o bien de Sabino Romero –defensor de los nuestros pueblos originarios- o, quien quita, de Monseñor Romero –voz de los silenciados, defensor de los grupos y sectores carentes de recursos materiales y oprimidos-.
Finalmente, Del naufragio intuyo el alba, nos invita a la reflexión crítica sobre la realidad venezolana y de Nuestra América, es un llamado a la participación activa en la construcción de una patria soberana y resistente a los ataques de sus enemigos internos y externos. Es una oda a la esperanza, a la convicción de que un futuro mejor es posible si actuamos con determinación y unidad a pesar de que nos tilden de locos. Es un recordatorio de que la patria no se hereda, se conquista, y que exige un compromiso constante con los ideales de libertad, justicia y solidaridad. La obra nos interpela como ciudadanos, como intelectuales, como seres humanos, para hacernos pensar sobre nuestro papel en la construcción de un futuro más prometedor para los pueblos, aunque haya tormenta o incluso naufragio, pues si existe esperanza y organización popular habrá luz del amanecer, es decir, veremos parir a Alba.
Culmino con la pletórica frase de la novela, que lo resume todo: “¡Estamos en guerra! Pero haremos de este naufragio el mejor país del mundo”.
Por Luis “Sorocaima” González
Foto Cortesía