En este Sábado Santo, la Iglesia Católica conmemora un día de «gran silencio» que precede a la gloriosa Resurrección de Jesucristo el Domingo de Pascua. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, explicando la trascendencia de este día en el misterio pascual.
Según los numerales 631 al 637 del Catecismo, el Sábado Santo profundiza en la comprensión del Credo cuando profesa que «Jesucristo descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos». Este artículo de fe une el descenso de Cristo a la morada de los muertos con su Resurrección, revelando que es en su Pascua donde, desde lo más profundo de la muerte, brota la vida.
El Catecismo detalla que Jesús, al experimentar la muerte como todos los hombres, se reunió con ellos en la morada de los muertos. Sin embargo, su descenso fue como Salvador, proclamando la Buena Nueva a los espíritus que allí se encontraban.
La tradición describe el Sábado Santo como un momento envuelto en un «gran silencio y una gran soledad», donde «el Rey duerme» y «la tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo». Se medita sobre el acto de Jesús de ir a buscar a la humanidad, representada en Adán y Eva, para liberarlos de las prisiones de la muerte.
El texto del Catecismo aclara que los «infiernos» o el «hades» bíblico se refieren a la morada de los muertos, donde Cristo descendió tras su fallecimiento, ya que aquellos que allí se encontraban estaban privados de la visión de Dios, un estado que compartían tanto justos como pecadores a la espera del Redentor.
En este contexto, el descenso a los infiernos se presenta como el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación, la última fase de la misión mesiánica de Jesús, que extiende la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. A través de su muerte, Cristo aniquiló al señor de la muerte, el diablo, y liberó a quienes vivían bajo la esclavitud del temor a la muerte.
La Iglesia, durante el Sábado Santo, permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión, su muerte y su descenso, esperando en oración y ayuno su Resurrección. Es un día de silencio, donde las campanas callan y los altares están despojados, invitando a la contemplación y a la profundización en el misterio de la Cruz. Aunque ausente físicamente, Cristo, el Verbo, calla en el sepulcro tras su último grito en la cruz, un silencio que se interpreta como la plenitud de la palabra y la elocuencia del anonadamiento.
El Sábado Santo, lejos de ser un día vacío, se erige como un puente esencial en el Triduo Pascual, un momento de espera activa y reflexión profunda sobre el sacrificio de Cristo y la esperanza inquebrantable en la Resurrección venidera.
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